Merluzeando

Hace unas semanas estaba en una ciudad que no era la mía y estaba hospedado en un hotel de tres estrellas. No era muy lujoso pero bastante digno. Al poco de levantarme, sentí la puñalada en el estómago que avisa de que algo dentro de tu organismo está pidiendo paso, así que hice caso a mi cuerpo y me puse a… “descomer”.

El proceso fue muy costoso, tuve que hacer un verdadero esfuerzo por sacar aquel muñeco articulado de dentro de mí y a punto estuve de avisar a una comadrona para que me ayudara.

Cuando terminé, eché un vistazo a la taza y me sentí orgulloso. Tiré de la cadena y me lavé las manos. Volví a pasar por la taza (que dejé sin bajar haciendo gala de mi masculinidad) y vi con horror que había dejado un “derrape” espectacular. Volví a tirar de la cadena pero aquel ser marrón se había adherido a la porcelana como una garrapata. Busqué desesperado la escobilla pero no la encontré por ninguna parte. Tiré varias veces de la cadena pero aquello permanecía estoico como un soldado de Pompeya.

LLamé al servicio de habitaciones con la excusa de pedir unas toallas y cuando el mozo vino a traerme las toallas le dije que en mi cuarto de baño no había escobilla y que si sería tan amable de facilitarme una. El muchacho respondió que ninguna habitación tenía escobilla, sencillamente no usaban ese accesorio de baño.

Volví al cuarto de baño con el culo torcido pensando en si sería yo la única persona en el hotel (y puede que en todo el planeta) que de vez en cuando necesitaba ayudarse de la escobilla para dejar el váter limpio.

Miré a mi alrededor y pensé en qué haría McGyver si se encontrase en mi situación. Se me ocurrió que lanzando vasos de agua caliente contra aquella plasta conseguiría deshacerme de ella y me puse a ello. Plaff Plaff Plafff. Venga, un poco más. Plaff Plaff Plaaaaaafffff. Nada. El petute se mostraba impasible ante mis ataques.

Decidí dejarlo allí a su aire, me había vencido en un combate justo y se había ganado un lugar en este mundo.

Yo salí a hacer un poco de turisteo con una sensación contradictoria, algo triste y derrotado, pero sintiendo una gran admiración por la tenacidad que había mostrado aquel pegote.

Cuando volví a la habitación, horas después, ya no estaba. Se había esfumado como un pedo en el viento.

Supongo que hasta los mejores guerreros son derrotados en alguna ocasión. Quiero creer que la batalla que libró La Caca Garrapata contra la señora de la limpieza fue encarnizada y que no vendió barata su derrota.

Fuerza y honor.